Los primeros años del siglo XXI serán recordados, entre otras cosas, por el gran auge de los medios de comunicación. La explosión de las sociedades mediáticas multiplicaron las voces del periodismo, con la particularidad que los periodistas de profesión somos una parte ínfima de estos medios tecnológicos de comunicación, que están superpoblados por periodista “de hecho” que son los observadores de la cotidianidad, compartiendo la realidad de acuerdo a su entorno. Es la noticia vivida y relatada por sus protagonistas la que invade los medios, las redes sociales, y hasta los informativos de la TV, que levantan estas noticias, sin verificar su autenticidad. La sociedad mediática transformo el mundo en una vecindad, donde todos espiamos por las ventanas o escuchamos a través de las de las paredes de los vecinos, donde todo es verdad, simplemente porque esta en internet. La tecnología y la explosión demográfica han significado un factor determinate en el desarrollo de este nuevo periodismo, el crecimiento de la población mundial, que pasó de 3.000 millones de personas a principios de los ’60, a los 7.000 millones actuales, desbordo las expectativas.
Quien controla a quien
Cuando veo el interés de algunos gobiernos seudo-democráticos por cerrar algunos medios de comunicación o controlar la venta de papel para periódicos, comprendo que aun no cruzaron la barrera del tiempo, no comprenden que en Egipto, Libia o Siria los medios están súper controlados, pero la realidad ahora ingresa por satélite y a alta velocidad, la realidad es inalámbrica, la realidad es incontrolable. Las imágenes recorren miles de kilómetros en segundos, cambiando las ideas que la población tenia de la otra parte del mundo. Los desocupados (que en el siglo pasado eran apartados de la sociedad) ahora se comunican vía redes sociales y salen a la calle ordenadamente con elementos de cocina, (ollas, tapas, cucharas) que golpean, incluso en países como Egipto, Yemen, Libia, Siria, donde el 20% y el 30% de la población de cada país esta desocupada, con un porcentaje del 60% entre los menores de 35 años, donde la falta de expectativas de una vida decente para la juventud fue el detonante mayor. También ha ocurrido en países del Mercado Común Europeo, donde los españoles, portugueses, griego e ingleses se auto convocaron vía internet para llenar las calles con protestas pasivas o no tanto.
El periodismo ya no es el mismo
Recuerdo a mi abuela que con harina y agua amasaba unas exquisitas pastas, que mezclaba con salsa casera, mi madre en cambio compraba las pastas en el almacén y preparaba una sabrosa salsa, yo saco una caja del freezer que pongo en el microware y almuerzo pastas con salsa que no se quien preparo.
Exactamente esto ocurre hoy con las noticias, el público confundido por el caos informativo y sin tiempo para entender tantas y tan diversas complejidades de este mundo hiper-informado, comienza a buscar referentes en quienes delegar el trabajo de analizar tanta información. Busca comunicadores (no todos periodistas) que lo representen y en quienes pueda confiar. Los nuevos medios de información confunden lo verdaderamente importante con los temas de la actualidad, y la gente digiere las noticias preparadas y a su gusto, “del freezer al microware”.
La verdad se transformó en un gran negocio
El nuevo sistema informativo desnuda una tendencia creciente, tomar una noticia como verdadera y repetirla en la red, esto se llama información viral, donde el público no sólo adquiere información, también adquiere pensamiento. La híper información no le permite pensar en profundidad si está bien o está mal lo que lee o escucha, solo adopta la opinión de los blogueros o periodistas virtuales, quienes supuestamente tienen el tiempo y el conocimiento para procesar los datos, formarse una opinión y transmitirla con eficacia. Este es el periodismo del contestador automático, que genera, el periodismo demagógico. Donde quien escribe en la red inclina sus ideas hacia donde el público quiere, así tiene muchos seguidores y sube la publicidad en su página web. “Sin querer queriendo” diría el Chavo, el periodista va girando su posición para ser complaciente con su audiencia y hasta sus seguidores lo convierten en un referente social, en un predicador electrónico y en un demagogo mediático. Pero un periodista que no dice la verdad, sino lo que el público quiere escuchar, practica una especie de “clientelismo periodístico”. En ese punto el periodista complaciente no esta muy lejos de ser un corrupto periodista, esto ocurre cuando la investigación de la verdad se esta por convertirse en denuncia, y puede perjudicar algún ministro, diputado, concejal o narcotraficante, entonces aparece un sobre por debajo la puerta, y la verdad fue vendida por unos (pocos o muchos) dólares.
El privilegio de pertenecer
“Veo helicópteros americanos bajando cerca de mi casa, algo esta pasando”, escribió un señor paquistaní en Facebook, el 2 de mayo pasado. En mi época la primicia del ataque a la fortaleza de Ben Laden hubiera hecho rico a cualquier periodista, hoy un ciudadano común informa la noticia del año desde el patio de su casa. Se supone que los periodistas tenemos acceso privilegiado y cierta formación para entender los hechos, en la escuela de periodismo enseñaba a mis alumnos a leer “entre líneas”, a analizar un discurso político no por lo que dice el candidato sino por lo que calla, a mirar a través de los hechos, enseñe economía social y psicología social, porque el periodismo de investigación debe analizar y perseguir la verdad, únicamente la verdad. Pero todos sabemos que no hay posibilidades humanas ni económicas de llevar a cabo investigaciones rigurosas, salvo contados casos, entonces el actual periodismo tecnológico remplazó al viejo periodismo científico, y cualquier persona con un celular da la primicia. Ahora los verdaderos periodistas deben mostrar los libros que han leído, la ideología que tienen y el poder de análisis que son capaces de desarrollar, porque la noticia la da cualquier vecino en cualquier lugar, pero claro, “del freezer al microware”.
Hace un tiempo le preguntaron a Katharine Graham, legendaria editora de The Washington Post, cuál es la línea política de su prestigioso diario, ella respondió:
-“La línea editorial de The Washington Post consiste en criticar al gobierno de los Estados Unidos”.
La repregunta era obvia: -Ok, ¿pero a qué gobierno?
La respuesta no se hizo esperar: “The Washington Post critica al gobierno de los Estados Unidos, todos los días y todos los años, cualquiera sea su bandera política, porque criticar al poder, es buscar la verdad, y esa es la forma de aceptar un rol indelegable del periodismo independiente”.
Cesar Leo Marcus
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